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lunes, 24 de octubre de 2011

Una narración de Bécquer

Hola a todos:

El domingo descubrí un libro de narraciones de Gustavo Adolfo Bécquer (nació en Sevilla el 17/02/1836 y falleció en Madrid el 22/12/1870), de quien he leído y me gustan mucho sus rimas. Los relatos son ocho, y este relato que les traigo es uno de ellos; me pareció entretenido, ingenioso y con un final sorpresivo y gracioso. Como me gustó tanto he decidido compartirlo con ustedes. Espero les cause la misma grata impresión que a mí.

EL ADEREZO DE ESMERALDAS
Estábamos parados en la carrera de San Jerónimo frente a la casa de Durán y leíamos el título de un libro de Méry. Como me llamase la atención aquel título extraño y se lo dijese así al amigo que me acompañaba, éste, apoyándose ligeramente en mi brazo, exclamó: 
-El día está hermoso a más no poder; vamos a dar una vuelta por la Fuente Castellana; mientras dura el paseo, te contaré una historia en la que yo soy el héroe principal. Verás cómo, después de oírla, no sólo lo comprendes sino que te lo explicas de la manera más fácil del mundo. 
Yo tenía bastante que hacer; pero como siempre estoy deseando un pretexto para no hacer nada, acepté la proposición, y mi amigo comenzó de esta manera su historia: 
-Hace algún tiempo, una noche en que salí a dar vueltas por las calles sin más objeto que el de dar vueltas, después de haber examinado todas la colecciones de estampas y fotografías de los establecimientos, de haber escogido con la imaginación delante de la tienda de los Saboyanos los bronces con que yo adornaría mi casa, si la tuviese, de haber pasado, en fin, una revista minuciosa a todos los objetos de artes y de lujo expuestos al público detrás de los iluminados cristales de las anaquelerías, me detuve un momento en la de Samper. 
»No sé cuánto tiempo haría que estaba allí regalándole con la imaginación a todas las mujeres guapas que conozco; a ésta, un collar de perlas; a aquélla, una cruz de brillantes; a la otra, unos pendientes de amatistas y oro. Dudaba en aquel punto a quién ofrecería, que lo mereciese, un magnífico aderezo de esmeraldas, tan rico como elegante, que entre todas las otras joyas llamaba la atención por la hermosura y claridad de sus piedras, cuando oí a mi lado una voz suave y dulcísima exclamar con un acento que no pudo menos de arrancarme de mis imaginaciones 
-¡Qué hermosas esmeraldas! 
»Volví la cabeza en la dirección en que había oído resonar aquella voz de mujer, porque sólo así podía tener un eco semejante, y encontré en efecto que lo era, y de una mujer hermosísima. No pude contemplarla más que un momento y, sin embargo, su belleza me hizo una impresión profunda. 
»A la puerta de la joyería de donde había salido estaba un carruaje. La acompañaba una señora de cierta edad, muy joven para ser madre, demasiado vieja para ser su amiga. Cuando ambas hubieron subido a la carretela, que por lo visto era suya, partieron los caballos, y yo me quedé hecho un tonto, mirándola ir hasta perderla de vista. 
»"¡Qué hermosas esmeraldas!"», había dicho. En efecto, las esmeraldas eran bellísimas; aquel collar rodeado a su garganta de nieve hubiera parecido una guirnalda de tempranas hojas de almendro salpicadas de rocío; aquel alfiler sobre su seno, una flor de loto cuando se mece sobre su movible onda coronada de espuma. ¡Qué hermosas esmeraldas! ¿Las deseará acaso? Y si las desea, ¿por qué no las posee? Ella debe ser rica y pertenecer a una clase elevada; tiene un carruaje elegante y en la portezuela de ese carruaje he creído ver un noble blasón. Indudablemente hay en la existencia de esa mujer algún misterio. 
»Éstos fueron los pensamientos que me agitaron después que la perdí de vista, cuando ya ni el rumor de su carruaje llegaba a mis oídos. Y en efecto, en su vida, al parecer tan apacible y envidiable, había un misterio horrible. No te diré cómo; pero yo llegué a penetrarlo. 
»Casada desde muy niña con un libertino que, después de disipar una fortuna propia, había buscado en un ventajoso enlace el mejor expediente para gastar otra ajena, modelo de esposas y de madres, aquella mujer había renunciado a satisfacer el menor de sus caprichos para conservar a su hija alguna parte de su patrimonio, para mantener en el exterior el nombre de su casa a la altura que en la sociedad había tenido siempre. 
»Se habla de los grandes sacrificios de algunas mujeres. Yo creo que no hay ninguno comparable, dada su organización especial, con el sacrificio de un deseo ardiente, en el que se interesan la vanidad y la coquetería. 
»Desde el punto en que penetré el misterio de su existencia, por una de esas extravagancias de mi carácter, todas mis aspiraciones se redujeron a una sola: poseer aquel aderezo maravilloso y regalárselo de una manera que no lo pudiese rechazar, de un modo que no supiese ni aun de qué mano podría venir. 
»Entre otras muchas dificultades que desde luego encontré a la realización de mi idea, no era seguramente la menor el que, ni poco ni mucho, tenía dinero para comprar la joya. 
»No desesperé, sin embargo, de mi propósito. "¿Cómo buscar dinero?", decía yo para mí, y me acordaba de los prodigios de Las mil y una noches, de aquellas palabras cabalísticas a cuyo eco se abría la tierra y se mostraban los tesoros escondidos, de aquellas varas de virtud tan grande que tocando con ellas en una roca, brotaba de sus hendiduras un manantial, no de agua, que era pequeña maravilla, sino de rubíes, topacios, perlas y diamantes. 
»Ignorando las unas y no sabiendo dónde encontrar la otra, decidí por último escribir un libro y venderlo. Sacar dinero de la roca de un editor no deja de ser milagro; pero lo realicé. 
»Escribí un libro original, que gustó poco, porque sólo una persona podía comprenderlo; para las demás sólo era una colección de frases. Al libro lo titulé El aderezo de esmeraldas, y lo firme con mis iniciales solas. 
»Como yo no soy Víctor Hugo, ni mucho menos, excuso el decirte que por mi novela no me dieron lo que por la última que ha escrito el autor de Nuestra Señora; pero, con todo y con eso, reuní lo suficiente para comenzar mi plan de campaña. 
»El aderezo en cuestión vendría a valer como cosa de unos catorce a quince mil duros, y para comprarlo contaba yo con la respetable cantidad de tres mil reales; necesitaba, pues, jugar. 
»Jugué, y jugué con tanta decisión y fortuna que en una sola noche gané lo que necesitaba. 
»A propósito del juego, he hecho una observación en la que cada día me confirmo más y más. Como se apunte con la completa seguridad de que se ha de ganar, se gana. Al tapete verde no hay más que acercarse con la vacilación del que va a probar su suerte, sino con el aplomo del que llega por algo suyo. De mí sé decirte que aquella noche me hubiera sorprendido tanto el perder como si una casa respetable me hubiese negado dinero con la firma de Rothschild. 
»Al otro día me dirigí a casa de Samper. ¿Creerás que al arrojar sobre el despacho del joyero aquel puñado de billetes de todos colores, aquellos billetes que representaban para mí, cuando menos, un año de placer, muchas mujeres hermosas, un viaje a Italia y champagne y vegueros a discreción, vacilé un momento? Pues no lo creas; los arrojé con la misma tranquilidad, ¡qué digo tranquilidad!, con la misma satisfacción con que Buckingham, rompiendo el hilo que las sujetaba, sembró de perlas la alfombra del palacio de su amante. Y eso que Buckingham era poderoso como un rey. 
»Compré las joyas y las llevé a mi casa. No puedes figurarte nada más hermoso que aquel aderezo. No extraño que las mujeres suspiren alguna vez al pasar delante de esas tiendas que ofrecen a sus ojos tan brillantes tentaciones. No extraño que Mefistófeles escogiese un collar de piedras preciosas como el objeto más a propósito para seducir a Margarita. Yo, con ser hombre y todo, hubiera querido por un instante vivir en el Oriente y ser uno de aquellos fabulosos monarcas que se ciñen las sienes con un círculo de oro y pedrería para poder adornarme con aquellas magníficas hojas de esmeraldas con flores de brillantes. 
»Un gnomo para comprar un beso de una silfa no hubiera logrado encontrar entre los inmensos tesoros que guarda el avaro seno de la tierra, y que sólo ellos conocen, una esmeralda más grande, más clara, más hermosa que la que brillaba, sujetando un lazo de rubíes, en mitad de la diadema. 
»Dueño ya del aderezo, comencé a imaginar el modo de hacerlo llegar a la mujer a quien le destinaba. Al cabo de algunos días, y merced al dinero que me quedó, conseguí que una de sus doncellas me prometiese colocarlo en su guardajoyas sin ser vista, y a fin de asegurarme de que por su conducto no había de saberse el origen del regalo, la di cuanto me restaba, algunos miles de reales, a condición de que apenas hubiese puesto el aderezo en el lugar convenido, abandonaría la corte para trasladarse a Barcelona. En efecto lo hizo así. 
»Juzga tú cuál no sería la sorpresa de su señora cuando, después de notar su inesperada desaparición y sospechando que tal vez había huido de la casa llevándose alguna cosa de ella, encontró en su secrétaire el magnífico aderezo de esmeraldas. ¿Quién había adivinado su pensamiento? ¿Quién había podido sospechar que aún recordaba de cuando en cuando aquellas joyas con un suspiro? 
»Pasó tiempo y tiempo. Yo sabía que conservaba mi regalo, sabía que se habían hecho grandes diligencias por saber cuál era su origen, y, sin embargo, nunca la vi adornada con él. ¿Desdeñará la ofrenda? ¡Ah! -decía yo-, si supiese todo el mérito que tiene ese regalo, si supiese que apenas le supera el de aquel amante que empeñó en invierno la capa para comprar un ramo de flores! Creerá tal vez que viene de mano de algún poderoso que algún día se presentará, si lo admiten, a reclamar su precio. ¡Cómo se engaña! 
»Una noche de baile me situé a la puerta de palacio y, confundido entre la multitud, esperé su carruaje para verla. Cuando llegó éste y, abriendo el lacayo la portezuela, apareció radiante de hermosura, se elevó un murmullo de admiración de entre la apiñada muchedumbre. Las mujeres la miraban con envidia; los hombres, con deseos. A mí se me escapó un grito sordo e involuntario. Llevaba el aderezo de esmeraldas. 
»Aquella noche me acosté sin cenar; no me acuerdo si porque la emoción me había quitado las ganas o porque no tenía qué. De todos modos era feliz. Durante mi sueño creía percibir la música del baile y verla cruzar ante mis ojos lanzando chispas de fuego de mil colores, y hasta me parece que bailé con ella. 
»La aventura de las esmeraldas se había traslucido, siendo objeto, cuando apareció en su secrétaire, de las conversaciones de algunas damas elegantes. 
»Después de haberse visto el aderezo, ya no quedó lugar a dudas y los ociosos comenzaron a comentar el hecho. Ella gozaba de una reputación intachable. A pesar de los extravíos y del abandono en que su marido la tenía, la calumnia no pudo jamás elevarse hasta el alto lugar en que la habían colocado sus virtudes. Sin embargo, en esta ocasión comenzó a levantarse el venticello por donde comienza, según don Basilio. 
»Un día me hallaba en un círculo de jóvenes, se hablaba de las famosas esmeraldas, y un fatuo dijo al fin, como terminando la cuestión: 
-No hay que darle vueltas; esas joyas tienen un origen tan vulgar como todas las que se regalan en este mundo. Pasó ya el tiempo en que los genios invisibles ponían maravillosos presentes debajo de la almohada de las hermosas, y un regalo de ese valor no me cabe duda que el que lo hace es con la esperanza de la recompensa... Y esa recompensa, ¡quién sabe si se cobraría adelantada...! 
»Las palabras de aquel necio me sublevaron, y me sublevaron sobre todo porque encontraron eco en los que las oían. No obstante, me contuve. ¿Qué derecho tenía yo para salir a la defensa de aquella mujer? 
»No había pasado un cuarto de hora, cuando se me ofreció la ocasión de contradecir al que la había injuriado. No sé a propósito de qué le contradije. Lo que te puedo asegurar es que lo hice con tanta aspereza, por no decir grosería, que, de contestación en contestación, sobrevino un lance. Era lo que yo deseaba. 
»Mis amigos, conociendo mi carácter, se admiraban, no sólo de que hubiese buscado un desafío por una causa tan fútil, sino de mi empeño en no dar ni admitir explicaciones de ningún género. 
»Me batí, no sé decirte si con fortuna o sin ella, pues aunque al hacer fuego vi vacilar un instante a mi contrario y caer redondo a tierra, un instante después sentí que me zumbaban los oídos y que se oscurecían mis ojos. También estaba herido, y herido de gravedad en el pecho. 
»Me llevaron a mi pobre habitación, presa de una espantosa fiebre... Allí... no sé los días que permanecí, llamando a voces no sé a quien..., a ella, sin duda. Hubiera tenido valor para sufrir en silencio toda la vida a trueque de obtener al borde del sepulcro una mirada de gratitud; pero, ¡morir sin dejarle siquiera un recuerdo! 
»Estas ideas atormentaban mi imaginación en una noche de insomnio y de calentura, cuando vi que se separaron las cortinas de mi alcoba, y en el dintel de la puerta apareció una mujer. Yo creí que soñaba; pero no. Aquella mujer se acercó a mi lecho, a aquel pobre y ardiente lecho en que me revolcaba de dolor; y levantándose el velo que cubría su rostro, vi brillar una lágrima suspendida de sus largas y oscuras pestañas. ¡Era ella! 
»Yo me incorporé con los ojos espantados, me incorporé y... en aquel punto llegaba frente a casa de Durán...» 
-¡Cómo! -exclamé yo, interrumpiéndole, al oír aquella salida de tono de mi amigo-. ¿Pues no estabas herido y en la cama? 
-¡En la cama...! ¡Ah, qué diantre...! Se me había olvidado advertirte que todo esto lo vine yo pensando desde casa de Samper, donde en efecto vi el aderezo de esmeraldas y oí la exclamación que te he dicho en boca de una mujer hermosa, hasta la carrera de San Jerónimo, donde un codazo de un mozo de cuerda me sacó de mi abstracción frente a casa de Durán, en cuyo escaparate reparé en un libro de Méry con este título: Histoire de ce qui n’est pas arrivé, Historia de lo que no ha sucedido». ¿Lo comprendes ahora? 
Al escuchar este desenlace no pude contener una carcajada. En efecto, yo no sé de qué tratará el libro de Méry; pero ahora comprendo que con ese título podrían escribirse un millón de historias a cuál mejores. 
(El Contemporáneo 23 de marzo, 1862)

Saludos a todos.
                                                                                                       Dolly Gerasol

miércoles, 19 de octubre de 2011

Sonrisa ladeada

Hola a todos:

Hoy quiero compartir con ustedes un pequeño relato que acabo de escribir. Es probable que con el paso de los días lo vaya corrigiendo pero quería compartirlo con ustedes sin filtro para ver que les parece.

Lucía López vive en un pueblito rodeado de sierras y altos árboles desde hace cuatro años. Cuando llegó a este paradisíaco lugar no lo apreciaba demasiado. Mudarse desde una gran ciudad a una población tan reducida y atrasada en tecnología no le hizo demasiada gracia. Ella y sus padres se trasladaron a su nuevo hogar por razones de salud, su papá sufría asma y los médicos le recomendaron este pueblo, ya que el clima era muy propicio para que el tratamiento surtiera efecto e incluso sintiera una gran mejoría. La verdad es que su padre al día de hoy ya no tiene problemas respiratorios de ninguna índole. 
La muchacha se encontró muy sola en este poblado cuando llegó, a pesar de tener una excelente relación con sus progenitores, ella extrañaba a sus amigos y los espacios comunes que compartía con ellos. Pero la buena disposición, la paciencia y la simpatía de Lucía hicieron que poco a poco se sintiera parte de la pequeña comunidad y encontrara buenas amistades. Entre ellas puedo contarme yo, aunque al principio nos costó entablar relación debido a nuestra diferencia de edad.
La muchacha de la que hablo es delgada, alta, con largo cabello castaño ondulado, tiene ojos grises y un cutis de fácil bronceado. Es muy amable, simpática, inteligente y solidaria.
La vida de Lucía, en estos años que ha estado viviendo con su familia en el poblado serrano, ha sido apacible y transformadora. Los encantos del paisaje, la fauna y flora, el clima y las personas han hecho que ella cambiara su percepción del pueblo gratamente desde su llegada. En la gran ciudad a veces estaba de mal humor o se cansaba mucho, porque la vida allí era acelerada, en cambio aquí el tiempo transcurre de manera armónica y alcanza para realizar los quehaceres diarios sin alterarse.
Yo la conocí a pocos días de su arribo, siempre me saludó con educación y cordialidad, a pesar de que ya soy mayor y no podíamos llegar a tener nada en común. Pero con el tiempo supimos encontrar agradable y constructiva la mutua compañía. A mí me gusta verla pasar por delante de mi casa porque me recuerda a mí cuando tenía su edad. Me da una grata nostalgia recordar mi adolescencia en este mi querido pueblo.
Sé que Lucía nunca discutió con nadie de por aquí ni supe de persona alguna que la mirara con recelo. Pero hace dos semanas la joven tuvo un problema en un músculo facial de su bello rostro y cuando sonríe su sonrisa se ladea hacia el costado derecho. La verdad es que solo noto su defecto cuando la veo sonreír porque de otro modo no se detecta deformación alguna en sus facciones. Ella no está preocupada por ello, según el médico que la vio en la ciudad más cercana, es una contracción pasajera que puede haber sido fruto de algún momento estresante que haya vivido recientemente.
Las vivencias cotidianas de Lucía no podrían haberle causado el daño. Pero una tarde de sábado mientras ella ascendía con un grupo de chicos y chicas del pueblo por una ladera de la sierra más alta, una víbora se enredó en su pie y la hizo trastabillar y golpearse un hombro contra una roca. El golpe no provocó más que un poco de dolor y un moretón, pero el ver al reptil enrollado en su pie fue algo que le produjo un susto muy grande. -"Su carita se volvió blanca como el papel y empezó a sollozar."- me había comentado Alicia, una de las amigas de la joven. En un pueblo chico todo se sabe y todos supimos por boca de los chicos lo que había pasado. Uno de los muchachos desenroscó al inofensivo animal de su tobillo (las víboras de esta zona no son venenosas), tomó a la joven entre sus brazos y la ayudó a descender. Todos los participantes de la aventura siguieron a la pareja hasta la casa de la familia López. La única secuela importante del pequeño o gran accidente, según el punto de vista con que se mire, apareció dos días después de lo sucedido. Una mañana cuando estaba desayunando con su mamá, su padre ya había salido hacia su trabajo en el campo de los Guzmán, Lucía ante un comentario de Marta sonrió. Cuando lo hizo, la blonda mujer se quedó paralizada por la sorpresa. Así fue como a la mañana siguiente partieron a visitar al doctor Prado. 
La cuestión es que la sonrisa ladeada de Lucía comenzó a traerle algunos inconvenientes, no con las personas que la conocemos bien, sino con aquellos pobladores que no tratan con los adolescentes, con algunos niños y sobre todo con la anciana Mariela. Muchas de estas personas han comentado: -Esa chica siempre me sonríe con soberbia.-; -La hija de los López es un poco maleducada.-; -La muchacha Lucía es una amargada, nunca sonríe.-
La pobre chica era juzgada tanto si mostraba su sonrisa como si no lo hacía. Además los niños más pilluelos se burlaban de su mueca. Sólo sus padres, amigos y vecinos más cercanos encontrábamos encantador su modo de sonreír.
Lucía como es paciente y amable y, además muy querida por la mayoría de los habitantes, hacía caso omiso de los desplantes y las habladurías. Pero la anciana Mariela fue la gota que rebalsó el vaso y, quien logró hacer sentir muy mal a Lucía y a maldecir a su estúpido modo de sonreír.
La señora en cuestión vive en la casa que queda al lado de la panadería de José Juanes, muchos la han tildado de loca o chiflada. Vive sola aunque nunca la hemos dejado de ayudar y acompañar si se encontraba mal de salud. Los que la conocemos desde hace años simplemente "la corremos para el lado que dispara", como se dice habitualmente por aquí. En cambio los niños y los jóvenes la ignoran por completo y debido a su malhumor ni siquiera osan burlarse de ella. La verdad es que Lucía tampoco era la excepción, incluso evitaba pasar delante de su casa porque no le gustaba el modo en que la miraba. Seguramente la desdichada mujer envidiara la belleza de la muchacha, porque se cuenta que su novio de la juventud, al que ella amaba, la abandonó por una mujer muy bella. 
Un día que lloviznaba Lucía, para mojarse lo menos posible, tomó el camino más corto para comprar bizcochos y pasó delante de la vivienda de Mariela. La señora estaba barriendo la vereda y de manera inesperada saludó a la joven con la mano. Como la chica es educada y amable, levantó la mano y le sonrió. Y ahí comenzó el dilema. La anciana al ver la sonrisa ladeada se transformó. Suponemos que ha de haber imaginado en la cara de Lucía a la mujer que le arrebató a su hombre, dedicándole una mueca soberbia y burlona, es la única explicación lógica que encontramos a la reacción que tuvo. Mariela se dirigió con pasos enérgicos a donde se había detenido Lucía para devolverle el saludo, tomó la escoba con ambas manos e intentó golpearla a la vez que le gritaba: -Maldita bruja. Nadie se ríe de mí.- La asustada chica esquivó los golpes con habilidad y rapidez debido a su juventud, y con los ojos desmesuradamente abiertos por la desagradable actitud de la anciana echó a correr en dirección opuesta a la panadería, regresó para el lado de su casa.
Estaba tan desorientada por la situación que equivocó la entrada y se precipitó dentro de mi living. Las puertas de las casas al igual que las ventanas permanecían sin llave ni trabas porque el pueblo estaba libre de robos, al menos por el momento. Imaginen mi sorpresa cuando la encontré sentada en mi sillón respirando agitadamente y despotricando con la cara entre sus manos. Le pregunté con calma qué le había sucedido y, mientras le acariciaba con ternura la espalda me lo contó. Me disgusté mucho con la avejentada mujer y estuve de acuerdo con Lucía en que no podía seguir así la situación con respecto a su sonrisa ladeada. Entre las dos, mientras tomábamos mate y comíamos las galletas de miel que yo había horneado, ideamos una solución.
Desde ese día en que Mariela la increpó con su escoba, hasta que sus facciones retomaron la normalidad a finales de ese año, Lucía llevaba en el bolsillo trasero de su pantalón un pequeño y antiguo antifaz mío, de los que se sostenían con un palito delante de la cara. Le pegamos encima una hermosa sonrisa que recortamos de la cara de una hermosa modelo que encontramos en una revista y, cuando se cruzaba con las personas a las que les molestaba su mueca ladeada, se colocaba delante de la boca con mucha pericia el artilugio que ideamos una lluviosa tarde de agosto.
(Dolly Gerasol 2011 - Todos los derechos reservados - All rights reserved


Espero que les guste.
Saludos a todos.
                                                                                                                   Dolly Gerasol

domingo, 9 de octubre de 2011

Amanda Quick

Hola a todos:


Espero que anden todos bien y que no me hayan extrañado mucho ;) He estado bastante ocupada pero hoy por fin pude hacerme un rato para compartir con ustedes.

Terminé de leer un libro de la escritora Amanda Quick, y como ya he leído tres novelas de ella se me ocurrió compartirlas con ustedes.

Amanda Quick: Jayne Ann Castle nació el 28 de marzo de 1948 en Borrego Springs, California, EE. UU. Su madre Alberta Castle la crió junto a sus hermanos Stephen y James, y su madre.
Jayne estudió Español en la escuela. En 1970 se graduó en Historia en la Universidad de California, Santa Cruz, tras lo cual para poder encontrar un buen trabajo obtuvo un máster en Biblioteconomía por la Universidad estatal de San José.
Inmediatamente después de su graduación contrajo matrimonio con Frank Krentz, un ingeniero. El matrimonio se trasladó a las Islas Vírgenes, dónde ella encontró trabajo en una escuela primaria, dónde además de su trabajo cómo bibliotecaria tuvo que dar clases, cosa que a ella no le gustó demasiado. Jayne llegó a trabajar dentro del sistema de bibliotecas de la Universidad de Duke. Poco después de comenzar a trabajar allí, empezó a escribir novelas románticas con toques de suspense e incluso paranormales. Aunque mandó sus manuscritos a varias editoriales, durante los seis siguientes años, sólo recibió cartas de rechazo.
En 1979 logró publicar sus primeras novelas románticas bajo su nombre de soltera, y desde entonces no ha parado de escribir.
Ha utlizado nada menos que siete seudónimos a lo largo de su carrera. Los seudónimos que ya no utiliza son: Jayne Taylor, Jayne Bentley, Stephanie James (seudónimo bajo el que tiene libros traducidos) y Amanda Glass, aunque la mayoría de esos libros han sido reeditados bajo su nombre de casada: Jayne Ann Krentz, desde que a inicios de los 90 decidiera reorganizar el uso de sus seudónimos. Lo seudónimos que sigue utilizando son:
- Jayne Castle, su nombre de solera, que lo utiliza para firmar novelas futuristas desde 1996, aunque hasta 1988 lo utilizaba para publicar novelas contemporáneas.
- Jayne Ann Krentz, su nombre de casada, que lo utiliza para firmar novelas contemporáneas y de suspense.
Amanda Quick, su seudónimo más vendido, con el que firma sus novelas históricas, la mayoría de ellas ambientadas en la regencia inglesa.
Desde que puede permitirse vivir de la literatura, ha establecido un fondo para bibliotecas universitarias y escolares. Forma parte del equipo asesor del programa para escritores de la Universidad de Washington. J.A.C.K. es colaboradora y editora de una colección de ensayos: Dangeorus Men and Adventurous Women: Romance Writers on the Appeal of the Romance, publicada por la Universidad de Pennsylvania. Por este libro de estudios feministas recibió el premio Susan Koppelman, otorgado por el Women’s Caucus del Popular Culture Association y la American Culture Association.
Los Krentz han trasladado su residencia a Seattle, Washington. Entre las aficiones de Jayne, se encuentra la cocina vegetariana.

Luego de conocer un poco más acerca de esta gran escritora voy a comentarles sobre los libros que he leído, los cuales están bajo el seudónimo Amanda Quick, ya que mi género favorito son las novelas histórico-románticas.




BAJO LA LUNA: "Las cosas no funcionan como deberían en el castillo de Aldwick. Concordia Glade ha sido contratada para enseñar a cuatro huérfanas en la lejana y destartalada mansión, pero no tarda en darse cuenta de que algo peligroso e inmoral está sucediendo en ella. Para salvar a las cuatro jóvenes a su cargo, Concordia traza un plan.
Mientras indaga sobre la muerte de una mujer, el investigador privado Ambrose Wells llega al castillo y se ve de inmediato envuelto en el caos. El edificio está en llamas. Varios hombres han muerto. Una mujer y cuatro muchachas tratan de huir a caballo...
Desesperada por escapar, Concordia se ve obligada a confiar en ese desconocido de aspecto aterrador que les ofrece su ayuda. Al verse sorprendido por la valiente y poco convencional maestra, Ambrose no puede por menos que tomar a las cinco mujeres bajo su protección. Detrás de los acontecimientos que están sucediendo en el castillo de Aldwick se encuentra un famoso señor del crimen de Londres, empeñado en eliminar a quienes han descubierto sus secretos..."

EL RIO SABE TU NOMBRE: "El primer beso fue en un pasillo escasamente iluminado de la mansión de Edwin Hastings. Louisa no lo vio venir… Claro que era imposible que Anthony Stalbridge albergara intenciones románticas: el beso sólo supuso una medida desesperada para evitar que el guardia los descubriera donde no debían estar. Lo único que ambos intrusos tenían en común era su interés por los asuntos privados del señor Hastings, un hombre poderoso de quien sospechaban que albergaba terribles secretos..."

UNA DAMA A SUELDO: "Arthur, conde de St. Merryn, necesita a una mujer. La joven habrá de simular ser su prometida durante unas semanas en los círculos de la alta sociedad, pues él tiene asuntos que resolver y su compañía evitará el habitual asedio de las casamenteras. Encontrar a la candidata perfecta resulta más difícil de lo que esperaba, hasta que por fin conoce a Elenora Lodge. El aspecto anodino de la muchacha no oculta su bella figura y el fuego de sus ojos. Dadas sus circunstancias personales, Elenora acepta la generosa oferta del conde. Sin embargo, algo no funciona en la tenebrosa mansión de Arthur y Elenora está convencida de que éste esconde un secreto..."

Las tres novelas me gustaron mucho. Son muy entretenidas. Las intrigas están muy bien elaboradas y tienen un buen remate al ser descubiertas lo que hace que las historias te atrapen de principio a fin. El romance está presente pero no de manera exagerada ni empalagosa. Los personajes principales tiene varios puntos en común en los tres libros: las mujeres son bonitas pero ocultan su belleza bajo una fachada aburrida y remilgada que es puesta al descubierto por el galán de turno, que descubre en ellas lo que nadie ha tenido la delicadeza de develar; son damas respetables con un pasado que las condena, ocultan secretos que la alta sociedad no debe conocer; son inteligentes, audaces y tienen un profundo sentimiento justiciero. Los hombres son inteligentes, perspicaces y aunque pertenecen a la alta sociedad tienen actividades un tanto criminales aunque siempre utilizándolas en función de hacer justicia, lo que tienen en común con las heroínas desde el comienzo de la trama. Los caballeros son galantes y atractivos y se sienten atraídos por las protagonistas desde el principio y se ven en la necesidad de protegerlas. 
A pesar de que en las tres historias estos factores son comunes y saltan a la vista no hacen que las historias sean predecibles, excepto que tienen un final feliz como dictan las novelas románticas. Las descripciones son claras y en su justa medida, la lectura es ágil y atractiva. Los personajes secundarios son variados y bien elaborados sin hacer nunca sombra a los personajes principales.
En resumen son libros muy recomendables, entretenidos y dignos de atesorar en la biblioteca.
Saludos a todos.
                                                                                                     Dolly Gerasol